Nutrióloga Sam Uribe

Mi embarazo gemelar fue un regalo lleno de emociones intensas. Entre la inmensa alegría y las amenazas de aborto que lo hicieron incierto, aprendí a aferrarme a Dios con más fuerza que nunca. Cada día fue una prueba de fe, un recordatorio de que no estaba sola y de que, incluso en la incertidumbre, Su plan siempre es perfecto. Hoy, al mirar atrás, agradezco por esos pequeños milagros Gala y Lala que son una bendición en la vida de mi familia y en la mía.

El día que mis bebés nacieron, el mundo se detuvo. Llegaron antes de tiempo, tan pequeñitas y frágiles, conectadas a tubos y luchando por cada respiro. En medio de la incertidumbre, me aferré a Dios y me gocé en la prueba que puso en mi camino, confiando en que Su plan era perfecto. No estuve sola. Mi familia fue un pilar de amor y fortaleza, recordándome en cada instante que, con fe y unidos, todo es posible. Ellas son el milagro que Dios nos regaló para enseñarnos que de las pruebas nacen las bendiciones más grandes.

Hace tres años, Frambu llegó a mi vida para llenarla de amor y lecciones de fidelidad. Siempre ha estado a mi lado, pero cuando mis bebés nacieron y enfrenté tantas emociones, ella también las sintió profundamente. En medio de aquella etapa difícil, Frambu fue diagnosticada con cáncer. Fue como si ambas lleváramos una carga que solo Dios podía aliviar. Sin embargo, el día que mis niñas salieron del hospital, todo cambió. Los nuevos estudios mostraron que Frambu estaba completamente sana. Creo que su recuperación fue un reflejo del amor y la esperanza que Dios nos regala incluso en los momentos más oscuros. Hoy seguimos juntas, siendo testigos de los milagros que transforman vidas.